24/2/13

Capítulo 4. De entre la niebla

Jane

Me quedo quieta aquí, bajo la lluvia, sola y empapada, sin poder moverme, sin saber qué hacer. De pronto me dirijo hacia la lápida de Gale y me arrodillo frente a ella, tras el montículo de tierra, totalmente serena, como quien se agacha para hablarle a un niño pequeño que no comprende nada. Me paso unos segundos que parecen eternos contemplándola, acompañada únicamente por el repiqueteo de las gotas sobre las tumbas que me rodean y el latido de mi corazón; y, sin esperarlo, estallo en un sinfín de lágrimas que caen y caen, más rápidas que la lluvia, empañándome los ojos y fundiéndose con el agua que había ya en mi cara, y me oigo entre sollozos:
— ¡Gale! … No… no entiendo nada… ¿por qué? ¿Por qué me has dejado?... ¿Por qué te has ido? — Sigo llorando y me cuesta respirar. Noto un sabor dulce y salado. Parece que el mundo haya cambiado sin haberme percatado, y ahora es demasiado tarde para seguirle el ritmo. —No comprendo por qué… no sé qué hacer… Te echo de menos, Gale… Estoy perdida…
La lluvia cesa.
Levanto la cabeza: el atardecer sigue su curso y deben quedar pocos minutos para que el sol abandone el escenario. Derrotada, le dirijo una última mirada a las palabras “Gale Moore” grabadas en la piedra y me levanto.
Me giro hacia mi izquierda para comenzar mi camino a la salida cuando oigo una rama crujir detrás de mí. Me giro bruscamente y lo único que soy capaz de ver es la densa niebla en la que se ha convertido la neblina que nos acompañaba durante el entierro, que ahora cubre la mayor parte de las tumbas que hay frente a mí y que avanza desde el bosque cercano. Es tan densa, de un intenso gris claro, que me impide ver nada más allá de tres metros. No me había dado cuenta de cuánto se aproximaba esta mientras estaba sobre la hierba. Como no veo nada, decido darme la vuelta y volver a casa, apretando el paso.
Apenas llego a caminar unos cuantos metros cuando vuelvo a oír otro ruido, esta vez inconfundible, de pasos que surgen de la niebla. Asustada, me quedo paralizada sin saber si salir corriendo en este momento o esperar; pero de pronto veo una figura oscura, agachada, aunque borrosa contra la niebla, que se aproxima. Las pisadas, vale, pero los jadeos que empiezo a oír no pueden ignorarse y decido huir lo más deprisa que pueda en este mismo instante. Pero… ¡ah, sorpresa! Del pánico me he quedado paralizada y ya mi decisión tiene poco que hacer. Aterrorizada, sólo me queda preguntarme qué puede surgir de un cementerio, a punto de anochecer, que se arrastre y jadee, sabiendo que no hay ni una sola persona (viva) conmigo.
La figura se aproxima lentamente al margen neblinoso y su silueta oscura contrasta cada vez más contra la claridad de la niebla. Entonces se hace visible.
Podría apostar mi vida a que, de entre los muchos horrores que han pasado por mi mente, jamás habría sospechado que era esto lo que me esperaba.
Cabizbajo y triste, se para con la niebla a sus espaldas y me mira. Mi cuerpo se relaja. No puedo hacer más que devolverle la mirada. Está famélico y herido; destrozado, como a punto de derrumbarse. ¿Estará tan cansado y confuso como yo? No, al menos no más confundido.
Lo que ha surgido de entre la niebla… ¿es…?
¿Es un perro?

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