Jane
Me
quedo quieta aquí, bajo la lluvia, sola y empapada, sin poder moverme, sin
saber qué hacer. De pronto me dirijo hacia la lápida de Gale y me arrodillo
frente a ella, tras el montículo de tierra, totalmente serena, como quien se
agacha para hablarle a un niño pequeño que no comprende nada. Me paso unos
segundos que parecen eternos contemplándola, acompañada únicamente por el
repiqueteo de las gotas sobre las tumbas que me rodean y el latido de mi
corazón; y, sin esperarlo, estallo en un sinfín de lágrimas que caen y caen,
más rápidas que la lluvia, empañándome los ojos y fundiéndose con el agua que
había ya en mi cara, y me oigo entre sollozos:
— ¡Gale!
… No… no entiendo nada… ¿por qué? ¿Por qué me has dejado?... ¿Por qué te has
ido? —
Sigo llorando y me cuesta respirar. Noto un sabor dulce y salado. Parece que el
mundo haya cambiado sin haberme percatado, y ahora es demasiado tarde para
seguirle el ritmo. —No comprendo por qué… no sé qué hacer… Te echo de menos,
Gale… Estoy perdida…
La
lluvia cesa.
Levanto
la cabeza: el atardecer sigue su curso y deben quedar pocos minutos para que el
sol abandone el escenario. Derrotada, le dirijo una última mirada a las
palabras “Gale Moore” grabadas en la piedra y me levanto.
Me giro
hacia mi izquierda para comenzar mi camino a la salida cuando oigo una rama crujir
detrás de mí. Me giro bruscamente y lo único que soy capaz de ver es la densa
niebla en la que se ha convertido la neblina que nos acompañaba durante el
entierro, que ahora cubre la mayor parte de las tumbas que hay frente a mí y
que avanza desde el bosque cercano. Es tan densa, de un intenso gris claro, que
me impide ver nada más allá de tres metros. No me había dado cuenta de cuánto
se aproximaba esta mientras estaba sobre la hierba. Como no veo nada, decido
darme la vuelta y volver a casa, apretando el paso.
Apenas
llego a caminar unos cuantos metros cuando vuelvo a oír otro ruido, esta vez
inconfundible, de pasos que surgen de la niebla. Asustada, me quedo paralizada
sin saber si salir corriendo en este momento o esperar; pero de pronto veo una
figura oscura, agachada, aunque borrosa contra la niebla, que se aproxima. Las
pisadas, vale, pero los jadeos que empiezo a oír no pueden ignorarse y decido
huir lo más deprisa que pueda en este mismo instante. Pero… ¡ah, sorpresa! Del
pánico me he quedado paralizada y ya mi decisión tiene poco que hacer. Aterrorizada,
sólo me queda preguntarme qué puede surgir de un cementerio, a punto de
anochecer, que se arrastre y jadee, sabiendo que no hay ni una sola persona
(viva) conmigo.
La
figura se aproxima lentamente al margen neblinoso y su silueta oscura contrasta
cada vez más contra la claridad de la niebla. Entonces se hace visible.
Podría
apostar mi vida a que, de entre los muchos horrores que han pasado por mi
mente, jamás habría sospechado que era esto lo que me esperaba.
Cabizbajo
y triste, se para con la niebla a sus espaldas y me mira. Mi cuerpo se relaja. No
puedo hacer más que devolverle la mirada. Está famélico y herido; destrozado,
como a punto de derrumbarse. ¿Estará tan cansado y confuso como yo? No, al
menos no más confundido.
Lo que
ha surgido de entre la niebla… ¿es…?
¿Es un
perro?